por Gloriann Sacha Antonetty Lebrón
Ruth Noemí Fernández Cortada, fue bautizada como “la negra de Ponce”, "el alma de Puerto Rico hecha canción” y para nosotras: “La Primera”.
Con el desarrollo de esta nueva Colección de Ruth Fernández en Archivo Negro pudimos constatar la Ruth diva, su elegancia, su porte y su autenticidad. También tuvimos la oportunidad de sentir su esencia a través de sus relatos y citas en los artículos y reportajes del Periódico El Mundo. Sus gestas como cantante, actriz, intérprete, senadora y empresaria se enmarcaron en una gran sensibilidad por su historia de vida y sus convicciones desde su crianza, su niñez y su juventud. Ruth nació en 1919 en Ponce, Puerto Rico. Se cría en la calle número uno del Barrio Bélgica con su abuela materna, Adela Quiñones quien era médium-unidad espiritista. De todas las barreras que derribó Ruth hay una que es la más trascendental de todas. Como mujer, joven, negra a los 22 años combatió el racismo y la segregación racial que se vivía en Puerto Rico, en el Caribe y las Américas. Determinada, se negó a entrar por la cocina en una de sus presentaciones. Ruth Fernández hizo historia el miércoles 31 de diciembre de 1941 en la Terraza del Hotel Condado cuando cantó por primera vez en ese hotel con la orquesta de Mingo y sus Whoopee Kids. Los anuncios del baile de despedida de año que fueron publicados en el periódico El Mundo la identificaban como la “gran cantante de sepia” en su presentación de debut esa noche que hizo historia.
En el artículo publicado por Norma Valle el 19 de octubre de 1978, “Ruth Fernández: una historia repleta de colorido, valor y logros” comienza Ruth narrando:
“El traje era todo, todo drapeado, por aquí y por el frente, era blanco precioso me lo hizo Rafaela Santos y tenía una capa de terciopelo negro, larga, con cola y aquí con los hombros, mas galones que MacArtur. El peinado también era bello, mira, en esos tiempos no se usaban los tratamientos de ahora, pero con peinilla caliente y todo me quedó bello, con bucles en toda la cabeza iah!, y llevaba diamantes. En aquel tiempo no los podía comprar, así es que los cogí prestados, también me prestaron el Packard, que era el Cadillac de aquellos tiempos, y así llegué a la puerta del Hotel Condado.
Había un negro de portero, vestido con libres y bombín y abrió la puerta del carro, quedó atónito cuando me vió pero yo bajé y con un “buenas noches” seguí adelante, chas, chas, altiva, orgullosa pero sin altanería, entré al lobby como si fuera la dueña del Hotel, pero como yo no conocía aquello me dije y ahora que c—— yo hago, pero seguí chas, chas y pregunté ‘la Orquesta Whoopee Kids, por favor’, con una seguridad increíble que me salía de adentro, por que esa seguridad me la da Dios. Me dijeron ‘por allí señorita’, había ganado una me dijeron señorita y no negrita…
En la puerta de aquel salón enorme me detuve y esperé hasta que terminara el set y la gente se hubiera sentado… Entonces crucé el salón, con mi capa y mi cola, chas, chas, chas. Mingo temblaba como una hoja, yo por el mismo medio del salón, aquel salón tan enorme que daba espanto… La gente preguntaba ‘¿Y esa quién es? Unos me conocían, otros no… Mingo estaba gris, porque los negros cuando se ponen jinchos se ponen gris, y yo chas, chas, chas, llegué a la tarima y con la mirada en alto le dije ‘Mingo la capa, por favor’, me senté y le dije ‘ ahora me tocas un set completito para mi’ . Piénsalo bien, el Zum Zum, las mías… Empecé a cantar y la gente salió toda a bailar, pero no bailaron, se quedaron escuchándome, todo el mundo se quedó como ‘elated’, canté el primero, el segundo y la gente aplaudiendo, más, más y yo dentro decía ‘Mingo te convences, te convences Mingo’”.
Y así como lo narra la misma Ruth a Norma Valle para El Mundo, definitivamente hay que re-afirmar las palabras de Norma:
“Ruth Fernández, puertorriqueña negra, rompió de esta manera una de las barreras que la sociedad adinerada le imponía. Fue la primera negra que entró por la puerta del frente del Hotel Condado Vanderbilt… La anécdota demuestra la forma firme y arrolladora con la que Ruth ha vivido toda su vida”.
Es evidente la perspicacia y sabiduría de Ruth en sus comentarios en la entrevista donde dice:
“Te digo que es algo especial que uno tiene por dentro desde chiquito”. También es notable su nivel espiritual elevado y el reconocimiento del poder de la interioridad cuando dijo: “…con una seguridad increíble que me salía de adentro, por que esa seguridad me la da Dios”.
Este reto histórico que asumió Ruth sabemos que no fue posible sin la crianza de su abuela Adela de quien la misma Ruth afirmó en entrevista con Jorge Rodríguez para El Mundo que: “…Y mi abuela, que era delirio conmigo me protegía y exaltaba mis cosas buenas y me creó disposición, me atrevía a hacer las cosas… Esa protección inicial me amoldó para ver las cosas como eran. Y probé que no tenía complejos… Leer y escuchar a Ruth narrar este suceso histórico demuestra la fuerza y la sabiduría que le legó su abuela y su narración nos permite imaginarnos a la gran modista, Rafaela Santos y a las costureras negras de su taller con telas de terciopelo entre sus manos y las máquinas de coser Singer, como arquitectas ejecutando la elegancia de aquel traje que hizo historia. Junto a ellas y a Ruth también imaginamos a su amigo, el que le prestó el Packard y la amiga que le prestó los diamantes y también al portero negro que la recibió como una reina. Les imaginamos como los miembros de la realeza negra que fueron los cómplices para este momento histórico.
Y es que Ruth desde siempre fue pionera y la primera. Según datos de su biografía, escritas por Josean Ramos para la Fundación ara Nacional para la Cultura Popular, Ruth fue la primera cantante femenina en una orquesta puertorriqueña, viajando por toda la Isla en una guagua con 14 músicos y el director; fue la primera intérprete de música popular en ser contratada por el Metropolitan Opera House; la primera cantante latina del género sentimental romántico en presentarse en los países escandinavos; la primera en grabar con una orquesta norteamericana; así como la primera cantante en ser electa al Senado de Puerto Rico. Y fue, también pionera en la lucha contra el discrimen racial. Lo había vivido en carne propia, particularmente en sus comienzos, cuando tenía nueve años y junto a otras cuatro jovencitas formaba parte de un grupo folclórico. Recuerda que las invitaron a participar en un espectáculo y la maestra le dijo que no podía ir porque era fuera de la escuela y su abuela no la dejaría ir. Más tarde se enteró que la verdadera razón era por el color de su piel.
Todas esas experiencias y romper esquemas sumado a la seguridad que siempre le enseñó su abuela la llevaron también a matricularse en la UPR en su adultez, hizo cine y dejó con su voz de contralto un catálogo robusto de canciones que nos permiten redescubrirla en cada tonada y en cada canción. Ruth Fernández Cortada fue nuestra reina, diva, guerrera. No es justo que no se nos enseñe su gesta en las escuelas. No es justo que la Avenida Ashford no lleve su nombre, ni más avenidas y escuelas en todo el archipiélago. Hoy desde Archivo Negro le hacemos justicia y la recreamos en su momento histórico y la beatificamos como nuestra Diosa Negra, la Primera.
Gracias Titi Ruth, por tu fuerza, por tu voz, por entrar por la puerta ancha, por tanto…